IV
LLANTO FÚNEBRE
Es el llanto fúnebre,
el hielo inconfesable de haber partido el cielo
en dos pobres mitades.
LLANTO FÚNEBRE
Es el llanto fúnebre,
el hielo inconfesable de haber partido el cielo
en dos pobres mitades.
LA MAÑANA PERDIDA DE LA FIESTAS DE MARZO
Tengo una fiesta de ángeles galantes
En mis manos de asombro
Una terrible furia desenfrenada de destrucción de las raíces
De ciudades antiguas
El aliento de serpiente en mi presentación
Y la desembocadura del lenguaje
Podrida y plagada de satánicos arlequines
Fiesta de una primavera profundamente débil.
No pacen en mi boca sino las ovejas piojosas y las putas perdidas
Y sobre mi cabeza devoran la carroña asquerosa los buitres de mi época.
Yo cometo homicidios hermosos en noches de bruma
Y no feliz con ello
Socavo las entrañas de los muertos arrojándolas lejos
Mas allá de los valores conocidos
Cuando el entorno de las mareas se rompe álgida
Que vomita los cadáveres tantas veces buscados
Dentro de mi estación espléndida que es el invierno de esta tarde.
La certeza del final
La seguridad de estar perdido
El convencimiento de ser un vencido entre las masas
Y las manos agujereadas por la crucifixión de la mañana
Ese conocimiento de la sangre y de la tristeza en el bailar.
No me conozco, no lamento mi ojo perdido y ciego por el rosal, gran catador de la ebriedad del pensamiento y supremo cónsul de los desmemoriados, pues hasta los dinteles de su boca yo puedo llegar y guarecerme de las pedradas, ciegas también, producto de la mar-océano.
Las ratas y los náufragos
Que son los hombres de los frutos prohibidos
Que se están pudriendo en las inmensas bodegas del ano de Dios
Mastican los restos de sus propios y sabios dientes
En las horas sin sal de la alcantarilla donde viven los faunos.
¿Quién soy yo que no me conozco, desprovista mi certeza de los huesos necesarios para morir calcinado sobre el asfalto puro y cristalino de la ciudad ninguna? Soy dueño de la ciudad ninguna, vacío experimento de los lagartos. No me conozco, no lamento mi ojo perdido y ciego por el rosal, gran catador de la ebriedad del pensamiento y supremo cónsul de los desmemoriados, pues hasta los dinteles de su boca yo puedo llegar y guarecerme de las pedradas, ciegas también, producto de la mar-océano. Corazón de ampolleta… seductora oscuridad teatral de las praderas otoñales de ese mismo corazón.
Perfecto por la redundancia de los estados de ánimo
El universo iluminado por el candil del pasado
Llora
Como la Magdalena del pecado y del arrepentimiento
De haber cometido parricidio y no saber qué hora es
Cuando la noche rompe en ese mismo llanto.
La angustia del orbe entumecido ostentando en sus labios partidos
La bandera del exceso y la aventura convertida en desventura
Hizo del río de la edad una copa rancia
Dejada a la intemperie vital como por olvido.
No poseo mas que los huesos necesarios
Para ese entierro que es la edad.
En mis manos de asombro
Una terrible furia desenfrenada de destrucción de las raíces
De ciudades antiguas
El aliento de serpiente en mi presentación
Y la desembocadura del lenguaje
Podrida y plagada de satánicos arlequines
Fiesta de una primavera profundamente débil.
No pacen en mi boca sino las ovejas piojosas y las putas perdidas
Y sobre mi cabeza devoran la carroña asquerosa los buitres de mi época.
Yo cometo homicidios hermosos en noches de bruma
Y no feliz con ello
Socavo las entrañas de los muertos arrojándolas lejos
Mas allá de los valores conocidos
Cuando el entorno de las mareas se rompe álgida
Que vomita los cadáveres tantas veces buscados
Dentro de mi estación espléndida que es el invierno de esta tarde.
La certeza del final
La seguridad de estar perdido
El convencimiento de ser un vencido entre las masas
Y las manos agujereadas por la crucifixión de la mañana
Ese conocimiento de la sangre y de la tristeza en el bailar.
No me conozco, no lamento mi ojo perdido y ciego por el rosal, gran catador de la ebriedad del pensamiento y supremo cónsul de los desmemoriados, pues hasta los dinteles de su boca yo puedo llegar y guarecerme de las pedradas, ciegas también, producto de la mar-océano.
Las ratas y los náufragos
Que son los hombres de los frutos prohibidos
Que se están pudriendo en las inmensas bodegas del ano de Dios
Mastican los restos de sus propios y sabios dientes
En las horas sin sal de la alcantarilla donde viven los faunos.
¿Quién soy yo que no me conozco, desprovista mi certeza de los huesos necesarios para morir calcinado sobre el asfalto puro y cristalino de la ciudad ninguna? Soy dueño de la ciudad ninguna, vacío experimento de los lagartos. No me conozco, no lamento mi ojo perdido y ciego por el rosal, gran catador de la ebriedad del pensamiento y supremo cónsul de los desmemoriados, pues hasta los dinteles de su boca yo puedo llegar y guarecerme de las pedradas, ciegas también, producto de la mar-océano. Corazón de ampolleta… seductora oscuridad teatral de las praderas otoñales de ese mismo corazón.
Perfecto por la redundancia de los estados de ánimo
El universo iluminado por el candil del pasado
Llora
Como la Magdalena del pecado y del arrepentimiento
De haber cometido parricidio y no saber qué hora es
Cuando la noche rompe en ese mismo llanto.
La angustia del orbe entumecido ostentando en sus labios partidos
La bandera del exceso y la aventura convertida en desventura
Hizo del río de la edad una copa rancia
Dejada a la intemperie vital como por olvido.
No poseo mas que los huesos necesarios
Para ese entierro que es la edad.
SUCIO BALCÓN DEL MUNDO
A "Oscaro” Mancilla.
Yo puedo ver la isla del universo
Cavidad ósea afincada en las últimas grutas
De la espuma de una estrella rabiosa.
Remando hacia lo inconfesable del ataúd del hielo
Un viejo iceberg vestido de gala
Brota por el agujero del vitreaux de la Merced
Como el imaginario colectivo de los mendicantes y los anacoretas
Y ahora en la urbe de la gran provincia olvidada de sí misma
Se agolpan las últimas garzas en arrebol
Declarando agotados sus derechos de cambiarse de estación.
Ya no es la hora triste de las maracas tristes
Ni en Sota ni en la Casa Rosada
Porque el “1090” ya murió con la urbe que en nosotros y para nosotros
Será siempre el orbe.
Cuando el impulso del suicida eyaculó desde el cerro
Contaminando con su semen sangriento todo lo que conocía
El fragor de la desesperación bebía vino
Bebía vino pero de la vendimia sangrienta de la estación sangrienta
Pues cada mes tiene un hijo que muere
Y entre todos le sacamos los ojos y bebemos y lloramos
Ante la eterna perdida del sentido del timón
De la galera asquerosa en la cual vamos remando
Riéndonos
Eso sí
De la distancia irrecuperable de haber dejado ciegos a esos hijos
Apátridas y expósitos por nuestra falsa conmiseración.
Para el que osado
Resbala por el fango del universo
Para aquél ebrio de la existencia
Sumido en la cavidad de su sueño antiguo y reparador
Los errores forman parte del equipaje caído como por dejación
En el retrete helado del tren de la amanecida.
Para el que osado
Se burla de la tarde y de la urbe y del orbe
Agitando en sus brazos la bandera de lo perdido
Desde el sucio balcón del mundo
Nace perfecto
Con ojos bien abiertos y pasa a esa única eternidad que es el olvido.
TÚMULO
En este sepelio no me encontrarás
Amada mía
Flor del aire y de la mañana rosada
Avioneta saltarina sobre las cuerdas de la sinfonía mayor
Que es nuestro barco triste
Sin remedio.
Furias
Luces
Y caídas
Todo resiste y abrumado cae perdido
El sentido de las horas trágicas de volver
Nuestros rostros petrificados por ese retorno
Abandonan ese mismo nuestro atardecer.
Vengándonos de las estafas del hielo
Porque en la vida si hay que vengarse
Resumes la afición por el fuego al que te acostumbré
Tu flor florecida contagió a tus manos
Y tú contagiaste a tu piel los palpitos de esa tierra
Donde creció tu flor florecida.
En estas las últimas aguas
El último horizonte que se constriñe a si mismo
Para hacer desorientar la navegación de los filibusteros
A veintinueve años del mundo
En estas las últimas aguas sobre el último horizonte
Se extienden tus piernas para la oración final
Espléndida servidumbre a tu placer.
REQUIEM PERDIDO POR ETHIENNE FERNÁNDEZ CASTILLO
Todo en las despedidas ahora tendremos que llorarlo en vos hermano, Ethienne de los anillos rojos. Menester es declarar que naciste con esa aureola de santo maldito o de predestinado trágico. Todos te lloramos y te acompañamos a la caída del bolsillo roto del olvido. Yo te lloro todavía y porque es peor y terrible llorar cuando uno ha visto morir a un príncipe. Entonces así yo te ví morir hermano. “He visto morir a un príncipe”. Y no entiendo el dolor de tus padres, que es un dolor como el mas sólo de los dolores que pueden vivirse, un dolor gélido como la soledad del invierno boreal que tanto odiaste. No entiendo ese dolor, dolor de madre, de madres y de padre e hija. Jamás podré entenderlo mi amigo. Pero si entiendo el dolor de tus hermanos porque ahora sé lo que es perder a un hermano.
Ethienne Alonso Fernández Castillo. El hombre va solo por los adentros del mundo y se descubre infinitamente errado y errático en cada amanecida. Y si el llanto crepuscular de lo que se trata de hacer para ganarle al tiempo no es mas que el camino seguro a la seguridad de saberse perdido en el océano de los excesos; tu hiciste de eso la declaración de principios de tu trayectoria. Y yo como vos, nacimos en los excesos y fuimos paridos en los excesos. Desde Linares a Berlín o desde La Habana a Malmö también Copenhague o Talca o Santiago de Chile o Rancagua, fue la ciudad triste de Curicó la que te proscribió para siempre de la mente de los hombres. Sólo esa enfermedad que es la vida pudo traerte, seguro estoy, contra tu voluntad, a agitar tus últimas banderas a los lares perdidos de la nostalgia, que era tu nostalgia y tu melancolía.
La existencia desmedida que te rodeó y el talento exacerbado, como dramático atardecer te estranguló el corazón de diamantes que era tuyo por propia condición; lo dilapidaste con tus amigos y con tus enemigos se revitalizaba porque el néctar histórico de saberse protagonista de sus actos y plantar banderas en cada acto hizo de esos actos nada menos que actos épicos y mágicos. Definías en cada canción la defensa de esa vida tan esquiva para con vos, que te llenaba a veces, para siempre regalársela a la vida misma que era la vida de los que te rodeaban.
Mi amigo, naciste en pleno siglo veinte. Debemos quizás decir que fuiste engendrado para luchar y amar. Amabas el amor lógico y desesperado de quien se lanza en el furioso desdén a morder la teta de la existencia para luego caer desengañado ante las injusticias del desamor y ese mismo bramido que es la existencia. Hiciste de la lealtad tu ley de vida y de la acuciosidad el menester de tus actos remotos, espléndidos. La equivocación para ti no era mas que ley humana y enseñabas con tu delirio de procesado en vida la pasión por construir lo nuevo. Siempre te lloro hermano, siempre te lloramos los que hicimos honor a conocerte y disfrutar de tu pasar por estos ya rotos años que sin vos se pierden. Siempre te lloro y exijo a otros tantos llorarte. El compromiso de la revolución eterna te recibe con su tumba abierta y te devora las entrañas como a un anciano Prometeo. Y yo, Heracles a mi modo, herido en el terror que causa el dolor, no pude rescatarte. Ahora, en tu postrera agonía, -la verdadera agonía es cierta cuando al fin se muere- no queda otro lamento que no encontrarse para siempre en las tabernas de la culpa.
¿Seremos responsables de tu partida? No. Lo mas cierto es qué ni vos seas el responsable de tus mismos actos. No existe ese reloj cuando se ha sido elegido en el ajedrez de los días que pasarán. La literatura, el idioma, tu lengua materna enarboló sobre tu silueta de elegido por la muerte su bandera seductora. Siempre te supiste un elegido y la altanería que enseñaste nos marcó a fuego y se quemaron las coronas de laureles que ostentábamos, por eso, sólo por eso, nunca las tuvimos y cuando estaban, las regalamos, mas bien las perdimos gritando nuestra locura y que era también tu propia locura llorándola asomados a la noria de los ojos.
He decidido hermano mío, no sollozarte mas, no lamentarte mas sino imponerme el deber imperativo y lógico del tiempo de asumir la confusa consecuencia de los actos, y que deben ser actos mágicos, a la manera de ángeles con boca de maledicencia pública, actos correctos y en sincronía con el yo furioso de la voluntad y actos políticos como la demoníaca justicia por sobre los enjambres de la injusticia en este Cronos de injusticia. Pero faltarás vos para asaltar la república herida, esa marcha épica de las cosas como tú emprendías la guerra del vivir, no encadenado sino emergiendo de las cadenas. Así, tu última reconciliación dramática fue con la vida dando pasos mundo a mundo, mesa a mesa, humanidad a humanidad, mano a mano y piedra a piedra, edificando las estructuras estupendas no para el hombre rojo. No. Para la ilusión de la tranquilidad tampoco. Construías huellas para la sólida defensa de tu sola vida. Y eso lo lloro en todas las tumbas en las cuales te hallas pues cada territorio, muro, mesa, habitación y burdel son tus tumbas y el materialismo dialéctico humea y es ceniza porque no alcanzará jamás tu impronta. El materialismo dialéctico te enalteció cuando eras materia y ahora te sublima como apóstol de las ideas.
Ethienne Fernández Castillo, memoria oxidada de viejo púgil. Tendremos que seguir dolorosamente solos, sin vos en la cruenta batalla casi perdida de las ideas. La verdad podrá perderse esa guerra, pero perderte ha sido el peor, sino el mas macabro de los combates; diría que casi es el enfrentamiento final de la vida. Aunque la negativa de no llorar se apodere de lo contemporáneo, te seguiré llorando hermano, te seguiré llorando siempre.
Hasta nunca hermano mío Ethienne Fernández Castillo. Hasta siempre para encontrarnos en lo imposible boca y tiempo abajo, junto a la tragedia de tenerte nunca más entre nuestras copas y sobre nuestras mesas y en la palabra. Adiós. Adiós para emprender el camino necesario del dolor cayendo solos. Adiós para olvidar lo que se ha perdido para siempre sin ti.
Hasta nunca Ethienne Fernández Castillo, para volver a encontrarnos jamás. Jamás. Jamás.
Hasta nunca.
Adiós.